That lustful vampire
Este
Youngwoong que dormía dentro mí parecía tener un reloj bastante inoportuno.
Y
a decir verdades me daba miedo. Mucho miedo. Y las razones superaban los dedos
de mis manos.
Por
otra parte saber que esta atracción, que Yunho me suponía, se debía a esta otra
parte de mí. Era sin lugar a dudas un gran alivio para mis conflictos
existenciales.
Porque eso significaba que no era yo el que le deseaba.
No
era yo el que experimentaba de todo cuando aquel moreno clavaba sus fríos ojos
en mí.
No
era yo el que sentía el pecho inflársele cuando aquella criatura le abrigaba
por las noches con pieles que el mismo limpiaba para mi comodidad.
No
era yo.
Era
Youngwoong ¿verdad?
Era
Youngwoong al que su carne lo llamaba.
Era
Youngwoong el que hacía que mis ojos le examinaran de cabo a rabo sin ser
capaces de despegarse de su figura.
Era
Youngwoong el que lo hallaba era hermoso. Incluso perfecto.
No yo. Yo no podía.
Porque
él era un vampiro.
Un
ser capaz que se alimentaba de la sangre de los de mi especie. Un ser que solo
me mantenía vivo porque dentro de mí residía su único amor.
Y
aquello estaba bien. Porque yo amaba a Eun woo. E iba a salvarla. Estaba bien
porque mientras yo mantuviera la apariencia de aquel vampiro al cual él amó...yo podría jugar mis cartas y así rescatarla.
Pero
todo mi ser era bastante reacio.
Y
no sabía si a traicionarlo o a establecer contacto físico.
Le
temía.
Le
temía horrores y me asustaba pensar que no era porque poseía colmillos y
garras.
Me
asustaba pensar que quizás...quizás aquel sentimiento enorme de aquel otro ser
terminara por consumirme.
Porque
no quería dejar de ser yo mismo.
Quería
mi vida.
Quería
a mi Eun Woo.
Quería
a mis padres, a mi mayordomo, a mis amigos.
No
quería dejar de vivir.
Pero
era yo o toda aquella gente inocente. Gente a la que amaba.
Gente
por la que sacrificaría mi existencia sin remordimientos.
Mi
decisión estaba hecha. Sin ninguna duda. Pero eso no significaba que se me
hiciera sencillo hallar las fuerzas. La espalda del vampiro era ancha e
imponente. Y su nombre se enredaba en mi lengua y mi cobardía.
“Si
lo hiciste una vez vas a poder hacerlo de nuevo,” era lo que Siwon me había
dicho y algo de cierto debía haber en sus palabras, o eso esperaba.
¿Pero
como se suponía que lo haría?
Con
Eun woo las cosas habían sido tan naturales.
Ella
era como una delicada flor que debía proteger. Una delicada y hermosa flor que
podría admirar por horas sin hartarme.
Pero
aquel vampiro era pedante, arrogante, superficial, desagradable,
insufrible y ¡argh!
Lo
odiaba.
Odiaba
aquel tonito de superioridad con el que me mangoneaba, odiaba aquellos ojos
dorados que parecían poder leerme la mente y hacerme comer sus palabras.
Y
sobretodo aquella personalidad tan suya que me crispaba los nervios y me
llenaba de sangre la cara.
No
sabía cuánto tiempo tenía.
No
me habían puesto ninguna clausula al respecto. Pero me podía el pánico. La
impotencia. Cada vez que lograba hablarle, él tan solo me respondía con
monosílabos. Y la conversación llegaba a su fin antes de que pudiera formular
otra premisa.
Y
no era como si no me sintiera cómodo con el silencio ¡porque lo era! Sobre todo
si eso significaba que Yunho se guardara sus manos para sí mismo.
Pero...
Seguíamos
en lo mismo.
Y así otra noche más había caído. Y Yunho se había detenido, doblado en sus talones otra vez para informarme que acamparíamos ahí.
Yo
no solía notar cuan cansado estaba hasta que mi trasero tocaba la húmeda tierra
y estiraba las piernas. Ver solo arboles y pasto alto hacía que el tiempo pasara de forma extraña supongo.
Yunho prendió una fogata con maestría. Bastante cercana
a mí y mi necesidad humana de calor dado las bajas temperaturas a las que
llegaba aquel bosque sin fin por las noches.
Procedió a tomar asiento a espaldas de un árbol a la espera de un ataque que en los últimos
cinco días no había llegado y solo yo sabía la razón.
Los
párpados me pesaban.
El
cansancio de pronto se apoderaba de mi cuerpo. Y mis párpados se iban cerrando. Hacía algo de frio aún así. Mi cuerpo tembló cuando una corriente particular de aire sopló casi extinguiendo nuestra fogata.
“¿Tienes
frío?,” me preguntó entonces.
Yo
negué como pude.
Se
había acercado un poco y sus ojos dorados me cruzaban el rostro estudiándome. Dudaba poder dormirme sintiendome tan conciente de su presencia.
Suspiré.
Entre
las pieles en las que me acurrucaba cada noche y le observé entre mis pestañas
para que no se diera cuenta que lo miraba.
Mis palabras escaparon de mis labios antes de que lo pensara dos veces, “me estaba preguntando…”
Yunho
desvió la mirada a la fogata, habían saltado un par de chispas y suspendido hermosamente al aire. Había cierta paz en aquella madera consumiéndose ajena a todo. Él parecía también disfrutarla.
Volvió la vista hacia mí y me
hizo un gesto para que continuara. Yo tragué mi saliva sin saber que decirle
pues tan solo había pensado en voz alta y sería muy estúpido tener que admitírselo
así que le pregunté la primera cosa que se me vino a la mente.
“¿Como
era tu familia antes de que te convirtieras en vampiro?”
Él
se quedó callado por un tiempo.
Habían
pasado dos milenios desde que su corazón había dejado de latir, quizás le sería
difícil recordar, quizás…
“No
tuve una,” fue su respuesta.
Esta
vez fui yo quien desvió la mirada y él quien volteara a verme de nuevo. Debía haberme esperado una respuesta como aquella pues cada vez que me había
hablado de su pasado no había suspirado nostálgico precisamente.
Pero aún así...
“Lo
siento,” le dije.
“¿Por
qué?" me preguntó.
Yo
no supe que responderle.
"No
es como si me hubieran hecho falta,” se apresuró a decirme, “de hecho creo que es mejor no haber tenido
una ¿sabes? en el tiempo en el que viví los derechos humanos no eran algo muy
practicado, probablemente habría tenido que verlos morir uno a uno, hubiera
sido peor ¿no crees?”
Sus
palabras eran demasiado crueles.
La
vida que le había tocado vivir había sido muy cruel.
Yo me había criado en un ambiente muy diferente, mi corazón resultaba demasiado pequeño para lidiar con realidades tan duras como esa.
Me
sentía tan basura del solo pararme un segundo a analizar la valoración que le había dado a cada cosa que me rodeaba ¿Cuántas veces había hecho una rabieta por
algo que no se me daba?
Sé
que era tonto juzgarme por ser un niño egocéntrico como tantos otros, sobretodo
en el tipo de hogar en el que había crecido. Pero ¿a quién le había pedido él
abrigo, comida o cariño? No iba a tirarme a llorar y reclamarle a Dios porque
había hecho así su vida. Mis lágrimas no iban a cambiar su pasado. Y muy
seguramente mis condolencias eran lo último que ese vampiro esperaba de mí.
Pero
me afligía pensar en mi familia. En mi madre. Mi padre. Mi Eun woon-ah. En lo
que todos estaban pasando por haberme tenido en su entorno. No tenía idea de
que había pasado con todos ellos. Y me aterrorizaba preguntar.
Me
aterrorizaba poder escuchar alguna respuesta que pudiera ponerle un fin a todo.
“¿Estás...?”
Sentí
mis mejillas húmedas.
Me cubrí con las pieles para que no viera las pequeñas lágrimas que se me empezaban
a escapar pero me detuvo del brazo.
“Eres
muy tonto, Jaejoong,” me dijo incorporándose y caminando los pasos que nos
separaban para arrodillarse ante mí.
Me
quitó las pieles del rostro sin esfuerzos y miró mi estupidez con aquellos ojos
amatistas asesinos.
Pero
la expresión que me mostraba no era de burla, no era de arrogancia o molestia,
era algo parecido al ensimismamiento.
Me
tensé observando
aquel brazo que se alzaba hacia mi, sintiendo aquella mano que se reposaba sobre mi mejilla
izquierda para luego secar con su pulgar una lágrima que deslizaba por la misma. Se inclinó hacia mi para besar el rastro salino que quedaba ahí marcado.
Sus
ojos dorados me devolvieron el reflejo de mi propia desolación. Y casi, casi
quise abrazarme a él para calmar todo el remordimiento que llevaba dentro.
Pero
sentí el anillo consumir algunos mililitros más de mi sangre y lo
empujé.
Me
había dado cuenta que el anillo absorbía un poco más de mi sangre conforme iba
acercándome más a Yunho.
Él
se movió apenas un paso. Y me miró por un segundo antes de decirme, “Oh
si ¡cierto! la tregua,” poniéndose las manos en la nuca.
Pero portando una expresión en el rostro que estaba muy lejos de mostrarse arrepentida.
Lo
mandé al diablo en mi cabeza.
Quise darme la vuelta e intentar dormirme. Pero esos ojos dorados volvieron a mí petrificándome en el acto. El vampiro estuvo sobre mí al segundo siguiente. Sujetó mi barbilla y
me atrajo a su cuerpo, encajábamos de alguna forma, supongo que reconocía cada rincón de mi anatomía y eso me hacía sentir incluso más exttaño. Intenté pelear.
“No seas pervertido Kim,” me dijo, “no tenía intenciones
de propasarme contigo...”
Contuve
el aliento, “entonces no me robes el espacio personal si no quieres que lo
malinterprete,” le escupí.
“Eres siempre
tan encantador,” me dijo, su mano izquierda se perdió en mi espalda, bajó hasta encontrar lo que buscaba y luego de apretarme con fuerza, me pegó una
nalgada.
Yo
me quedé helado.
Lo
odiaba, lo odiaba, lo odiaba ¡LO ODIABA!
“Puedes
solo dejar de ser tan cabrón y...solo,” ni siquiera hallaba la palabra
indicada.
“¿Sólo
qué?”
“Solo
intentar de hacer esto más jodidamente llevadero.”
“No
te he violado aún, deberías agradecer,” me dijo.
Yo herví en rabia.
En
mis ganas de asesinarlo.
“Suéltame ya,” le ordené, pataleando sin control.
“Eh...eh
solo juego contigo, no tienes que...”
Logré acertarle mi puño en su mandíbula. El me sostuvo la muñeca al instante. Y pude empujarle entonces de mí.
“¡QUE
TE DEN!” le grité.
Él se rió. Soltó una risotada auténtica y sus ojos se achinaron incluso más. Por primera vez pude
ver un rastro del humano que alguna vez fue.
Y
fue incluso más hermoso que aquella criatura letal a la que estaba acostumbrado.
“Me
has dado muchas más veces de las que crees,” me susurró.
Abrí los ojos casi sin poder creerlo. No es que hubiera pensado nunca en eso... no debia tener importa cia en absoluto.
Entonces ¿porqué me sentía de pronto tan excitado? Mis ojos debieron haberme traicionado. Quizás debi haber mirado sus labios. Yunho no esperó alguna otra señal. Cogió mi aliento en el suyo. Prácticamente succionándome el alma con sus labios. Era
un beso hambriento, un pequeño preludio que tardó apenas un par de segundos.
Pero fue suficiente para obnubilar mi rechazo y dejarme hecho un lio.
“¿Va
siendo hora que te atienda yo a ti, no es así? Jaejoong-ah...” fue lo que me dijo.