24 horas

“Fomentar el desorden público,” es la sentencia con la que debes pasar la noche en la carceleta.

No tienes tu celular.

Y como si eso no fuera poco no puedes recordar el número de ninguna de las personas en tu agenda.

Así que no puedes usar tu llamada.

En otras palabras estas en serio al borde del colapso.

El guardia te mira cansado, es de madrugada y el señor del taxi grita peor que chino en quiebra, porque quiere su dinero y al parecer piensa que si te parten en dos caerán billetes de tus entrañas. Haz intentado explicarle que no tienes ni un won en el bolsillo porque tus tarjetas, documentos de identidad y efectivo descansan en uno de tus jeans al lado de tu cama.

Que solo ibas por una caminata.

Pero ambos se te han quedado mirando con las palabras “¿Quién demonios sale a correr a las tres de la mañana?” escritas en la cara.

No sabes que hacer, haces un gran esfuerzo mental por recordar el número telefónico de Junsu, uno de tus amigos sino él único, pero te quedas en el 9-5-(?) y ni siquiera estas tan seguro de esos dos dígitos.

No quieres quedarte con la nariz chueca.

Te gusta tu nariz perfilada.

Y aunque ha parado de dolerte, sabes que eso no es bueno exactamente.

La bufanda de aquel muchacho descansa en tu cuello. Sabes que debes lucir como todo un pandillero. Y aquello en definitiva no ayuda a tus argumentos.

Coges la pequeña tarjeta entre tus manos, y sabes que va a ser por las puras. Porque no hay forma de que aquel chico fuera a atender un llamado de auxilio, no después del pequeño episodio de hace dos horas.

Pero es tú única alterativa, y ¡demonios! Esto escapa de tus manos.

“¿Dónde estás? ¿Pasó algo? Llevo aquí dos horas ya...” te dice autómaticamente su voz cuando responde la línea.

“...”

“¿Aló? ¿Yoochun-ah?”

“Ahm...no,” respondes.

“¿No?”

“No.”

“...”

“...”

“¿Este es algún tipo de broma? Voy a colgar...”

“¡No espera! Soy Changmin.”

“¿Chang-qué...?”

“El chico del poste.”

“Oh ¿tú?... ¿Por...? ¿Qué sucede? ¡Oh espera no me digas! ¿Quieres que este pequeño niño de papi te ayude con algo?”

Coges el teléfono con el poco orgullo que se te desliza por los temblorosos dedos.

“Lo siento, por eso,” le dices.

“Por alguna razón no me lo creo,” te responde.

¿Y como se supone que le hagas creerte por vía telefónica? Piensas en pánico.

El guardia te hace en seña para que te apures. Y lo haces, “lo siento, en serio lo siento,” vuelves a decirle, y esta vez va en serio.

Él se demora en contestar, y temes que haya tirado por ahí su móvil para dejar de hablar contigo.

“¿Le ha pasado algo a mi bufanda?” es lo que te pregunta después de su inquietante silencio.

Y tú no puedes culparlo.

“¡No! no...Jaejoong,” le llamas por su nombre en un intento por tomar el control de la conversación de nuevo pero el niño no va a dejártela tan fácil.

“Changeol,” te llama el a su vez mofándose de tu repentina seriedad.

Y quieres reír a decir verdades porque le estás pidiendo ayuda a alguien que ni tu nombre se sabe.

“Es Changmin...” le corriges.

“Lo que sea...mira, estoy algo ocupado así que.”

“¡Estoy detenido!” es tu último intento.

“...”

“Estoy en la comisaría de Seúl y...”

“¿Y me estas llamando a mí porque...?” 

“Porque no tengo mi móvil y eres el único teléfono que tengo escrito y...”

El guardia te palmea el hombro. Tú te alejas.

“Espere...yo,” intentas decirle.

Pero te quita el auricular y sin reparos corta la llamada.

Tú le miras incrédulo.

Ahí se va tu única opción de ida.

Solo te pueden retener por un máximo de 24 horas dado la magnitud de tu delito y que estás indocumentado, pero aun así son 24 horas. Y tú te estás desangrando ¿Dónde han quedado los derechos humanos?

El guardia te conduce a la carceleta de ahí mismo y hallas a tres borrachos. Uno de ellos verdaderamente aterrador. El otro, verdaderamente marica.

Y tú con tu short pequeñito y una musculera.

Le diriges una mirada de súplica al policía pero este no luce ni remotamente misericordioso. Quizás porque es de madrugada y tiene que lidiar con idiotas como tú cuando quisiera estar cómodo entre sus sábanas.

El sereno abre la carceleta y te hace un gesto con la cabeza para que entres.

Lo haces con algo de miedo. Intentas por todos los medios no hacer contacto visual con ninguno de los detenidos hasta que puedas sentarte en el piso en uno de los rincones más alejados.

Pero tienes que cambiarte de sitio al segundo porque el ebrio gigantón te dice que le estás tapando el aire, y tú no eres tan estúpido para hacerte el machito contra tremendo barril...a menos que lo que quieras sea terminar como Voldemort.

No eres muy consciente de cuando te quedas dormido. Tu ciclo circadiano es toda una inoportuna mierda.

Cuando te despiertas tienes el aliento alcoholizado de uno de ellos en toda la cara, el otro hijo de puta se ha dormido convenientemente a tus espaldas.

Los empujas sin cuidado, uno de ellos se queja entre sueños. Miras el reloj de pared a lo lejos. Han pasado casi dos horas.

Te coges con cuidado la nariz, no puedes respirar muy bien debido sa la sangre seca.

El cabello lo tienes hecho mierda por la baba de tu compañero de celda.

Y tus pequeños shorts prácticamente trapean el mugroso piso.

Te levantas con asco. Uno de ellos ha al parecer ha vomitado y la bufanda no ha salido ilesa.

“Por la puta masre,” te quejas alzándola con apenas tu dedo dndice y el gordo.

Las letras Louis Vuitton parecen ahora una broma de mal gusto.

¡Dios! Estás tan muerto.

Escuchas entonces al sereno hablando con alguien hasta que su voz le ordena a alguno de los otros cuatro policías que vengan por ti.

Te extraña un poco escuchar los pasos de dos personas acercarse. Hasta que ambas personas entran por el pasillo y puedes ahora verles las caras.

Uno de ellos va uniformado, el otro tan inconfundiblemente pulcro de pies a cabeza.

“Shim Changmin,” te llama el policía buscando la llave entre el manojo que tiene empuñado en la izquierda, “han pagado tu fianza.”

Y dicho eso la puerta de la carceleta se abre y tú te hallas a ti mismo caminando con cuidado sobre cuatro cuerpos para salir en libertad.

El policía cierra la reja detrás de ti.

Uno de los borrachos gruñe entre sueños.

Tú tan solo puedes dirigir tu atención a aquel niño bonito frente a ti, de lo más incrédulo.

“Gracias,” le dices apenas como teniendo miedo de que todo esto no sea más que un sueño y pronto te vuelvas a levantar envuelto en vomito.

Él sin embargo gira sobre sus talones y sale por el pasillo por el que ha venido, cruzado de brazos y tan elegante.

Ves al policía mirarle sin bochornos el trasero ¿cuál es su problema? - Piensas. Ese chico no parece tener nada digno de arrancar una mirada. ¿y que demonios haces viendole, te importaría explicarme?

Jaejoong ya está casi en la puerta así que lo sigues a zancadas hasta alcanzarlo.

El policía que te ha encarcelado te dirige una mueca de desagrado cuando te ve pasar por su lado para abandonar la estación policial.

Jaejoong sigue caminando delante de ti.

“Eh, Jaejoong, Jaejoong...espera,” le llamas.

Él se detiene. Voltea a verte, la luz de un poste le ilumina el rostro y es cuando te das cuenta al fin que tiene las sombras algo corridas por las mejillas pero debido a las facciones de muñeca de porcelana que aquel niño tiene, el detalle no parece más que el adrede de un estilista.

Te mira con impaciencia cuando te quedas mudo.

Pero es que no sabes que decirle.

“Yo lo,” intentas.

Pero él te calla con la sola mirada.

“Solo camina quieres...te llevaré al hospital antes de que te metas en algún otro problema y me arrastres contigo,” te espeta.

Y echa a andar. 

Tú le sigues en silencio cinco pasos cautelosos de distancia.

El cielo es medio grisáceo pues ya falta poco para que amanezca. Y suspiras. Con la mirada fija en la ancha espalda de aquel extraño de nombre Jaejoong que ha hecho más por ti en cuatro horas de lo que cualquiera de aquellas personas que haces llamar amigos han hecho en años...

Examinas con algo de pena esa bufando hecha mugre que llevas en las manos, y no sabes cuánto irá a costarte pero definitivamente vas a comprarle una nueva.