Como no curar un corazón roto
Changmin supo que había tocado fondo cuando sus
pies le arrastraron al estante de libros de autoayuda de aquella librería
cualquiera. Se miró las manos en puños. Y segundos después escapó de la tienda
antes de que alguien pudiera verle. Llorar por alguien no era algo que hubiera vuelto
a hacer desde que fuera un recién nacido y sus gritos fueran el único medio que
tuviera para comunicarse con su madre.
Llorar por alguien era algo a lo que Shim no
estaba familiarizado. Llorar por alguien le hacía sentir patético. Llorar por
alguien no tenía sentido. Llorar no le iba a regresar en el tiempo. No le iba a
transportar hacia ese día en el patio trasero en el que vio al emo de Kim
Jaejoong por primera vez. Llorar solo le producía mocos. Le inflamaba la
garganta, los ojos y deprimía su sistema inmunológico.
¡Dios! Para lo único que llorar le servía era
para perder las sales de más.
Amaba a Jaejoong. Le quería a su lado, quería
olfatearle, besarle, acariciarle. Apachurrarle contra su piel y así, no sé, devolverle
la vida, la manera correcta de caminar, de hablar, el semblante sereno normal,
el cutis perfecto, el puto corazón ¡maldita sea!
Pero no, Jaejoong no iba a hacerlo. Y las
razones Changmin las sabía. Así que lo único que quedaba por hacer era
olvidarlo. Sí. Iba a olvidarse de Jaejoong. Iba a terminar la universidad en
año y medio. No volvería a verle. Él podría. Oh sí, lo haría, soportaría al
pendejo de Park poniendo sus sucias manos en esa cintura que no le pertenecía.
Podría soportar esas sonrisas de “que linda la vida” con las que el pelirrojo Kim
se pavoneaba por los pasillos. Porque por supuesto que su vida era hermosa con
Yoochun ahora seguramente follandole todas las noches.
Toda la clase volteó a verle cuando su rodilla
golpeó la madera de la mesa por debajo, de pura rabia. Felizmente no compartían
esa clase, suficiente de su dignidad había perdido ya frente a él. Y apreciaría
si esa poquita que aún le sobraba se quedara intacta.
¿Siquiera Jaejoong habría pensado en el mensaje
que muy indignamente él le había enviado? Muy probablemente no. Quizás lo
hubiera leído con Yoochun incluso. Quizás se hubieran reído juntos. Pues ¡al
carajo con él! ¡Y con su maldita rata de rulos negros!
Changmin no le necesitaba. Su cerebro y su
corazón seguían estando dentro de su cuerpo. Seguían siendo su propiedad,
Jaejoong podría haber hallado la forma de influir en ellos, pero Changmin
seguía siendo su amo absoluto, volvería a gobernarlos. Les devolvería la
homeostasis. Jaejoong y Yoochun podrían seguir amándose en sus narices. Ese no
era su problema.
No iba a seguir lamentándose o comprando botellas
de vodka de regreso a casa porque eso solo le hacía sentir más patético. Había
hecho mal. Dios sí. Jaejoong le había echado fuera de su vida como puto
castigo. Pero era hora de seguir adelante.
Era hora de dejar de comer duraznos a mitad de
la madrugada porque no podía conciliar el maldito sueño. De dejar de espiarle detrás
de esa puerta del salón del cuarto piso en el que practicaba para su audición por
temor a que la perrita de Sena hiciera algo atroz como bajarle la confianza que
él se había encargado de implantar en Jaejoong. Porque…al fin y al cabo. Ahora
tenía a Yoochun a su lado ¿no?
Jaejoong no le necesitaba ya ni para eso.
Y estaba bien. Porque eso significaba que no
había nada que los atara. Que lo único que hacía falta para volver a su antigua
vida era olvidarle. Pero por el santo más bendito no era fácil, la teoría podía
sonar tan ridículamente sencilla cuando se la gritaba así mismo en su cabeza,
llevarlo a la práctica, sin embargo, era una historia diferente. Ya que por más
que se dijera todas estas cosas frente al espejo cada día antes de ir clases,
antes de exponerse a otras 8 horas curriculares de una realidad que hubiera
sido la suya si no hubiera tomado las decisiones incorrectas que tomó. Al final
del día, el resultado era el mismo, sus piernas arrastrándose calle abajo y un
dolor en el pecho que le ponía de los nervios.
A veces le consolaba pensar que si nunca
hubiera tenido este estúpido plan en un principio, seguramente nunca le hubiera
conocido. Nunca hubiera sabido lo que era un Kim Jaejoong. Nunca hubiera sabido
como amar se sentía en realidad.
Pero en otros momentos, le dolía como la puta
mare. Se le atoraba peor que una espina de pescado en la garganta. Porque ¿De
qué demonios le servía haber aprendido a amar cuando no era correspondido? ¿Eh?
¡De absolutamente nada!
La primera maldita semana sin Jaejoong había
pasado tan increíblemente lenta para Changmin que este se había visto en la
obligación de ponerse creativo con Cronos en esa réplica de la Death Note que
una de sus locas admiradoras le había regalado cuando se habían enterado que
ese anime le había gustado.
Para la segunda, los granos empezaron a
brotarle irremediablemente en el rostro y
Shim había decidido que había sido suficiente y en un arranque de
desesperación había eliminado su número. Para segundos después de que la sangre
se le cayera a los pies por lo que acababa de hacer, se diera cuenta de algo
incluso más triste… se había memorizado su número.
Y así esta tercera semana había dado inicio y
Changmin ya se había decidido. Iba a dejarle atrás. Le iba a dejar atrás a él, a su incapacidad de razonamiento y su
desconocimiento de la ley del Talión. Y luego, luego buscaría a su verdadera doncella.
La encontraría algún día. Y vivirían sus felices por siempre. Jaejoong le
quedaría de recuerdo para nunca jamás volver a elegir un camino fácil. O
anteponer sus necesidades sobre los de otros a costa de todo.
Sí, por la lección debía estar agradecido y
solo decir adiós de una vez por todas. Dejar esas malsanas ganas de
equilibrarle la balanza al pendejo de Yoochun. Porque él no era quien para ir sermoneando
acerca de justicia a nadie. Así que solo se tragaría el cuanto le jodía en lo
profundo del alma que Yoochun saliera tan parado en todo esto. Y solo se
compraría una caja de 48 lápices mongol 2b para satisfacer ese nuevo malsano
hobby que sus manos habían adquirido.
Eso sería todo. Y como un primer paso se había
metido a unos cursos electivos para ocupar sus horas libres y no darle cabida a
ese otro yo suyo que necesitaba dejar de ver tantas novelas cortavenas. Y para
que al menos así su cuerpo se cansara un poco más y pudiera permitirle dormir y
no hacer algo abominable como mirar el techo improductivamente o volver a
mensajearle.
Claro que él no había sabido que la ex de
determinado rulos se había matriculado a esas mismas clases de literatura.
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“Déjame escucharla,” Yoochun le jaloneó del
brazo.
Jaejoong se abalanzó sobre los papeles que a su
vez estaban sobre la carpeta, mientras recitaba un camuflado, “no”
“Tengo medios de separarte de ahí, Jaejoong.”
El pelirrojo se tensó sobre la madera y negó
con la cabeza, “no digas que no te avisé.”
“¡VALE! ¡VALE!” chilló cuando sintió las manos
del pelinegro sobre sus caderas.
Yoochun le sonrió, haciéndose unos rulos a un
lado, y muy obviamente aguantándose las carcajadas. Estiró la mano y un muy
sonrojado Jaejoong le extendió el file con los papeles llenos de rayones y la
letra de una canción en la que había estado trabajando las últimas dos semanas
y media para su audición.
Yoochun las pasó despacio entre sus dedos,
leyendo cada línea. Y sintiendo como el pelirrojo frente a sí mismo enrojecía
incluso más.
“Me complementas,” leyó en voz alta.
Y Jaejoong por la expresión sulfurada de su
rostro pareció a punto de pasar a otra vida. Se tiró contra él semi
abrazándolo, tan pero tan caliente que Yoochun pudo notar su superior
temperatura aún a través del algodón de sus ropas, “no, no lo leas en voz alta,”
le pidió, haciéndole cosquillas en la zona inmediatamente posterior a la piel
de su oreja.
Yoochun temblequeó un poco en su lugar.
“Aish este niño,” le renegó con cariño después
de los cinco segundos que le tomó respirar fuertemente por la nariz, alejándole
porque su novio olía demasiado bien para su bienestar físico, “entendido, lo
leeré en mi mente ¿estás contento?”
Jaejoong se separó apenas asintiendo con la
cabeza, y dejándose caer sentado en el piso. Viendo al pelinegro sonreír con
cada palabra y recostarse contra la pared del frente con el pulgar entre los
dedos. Y sintiendo su cara arder aún más. Toda su cursilería estaba mal hecha,
lo sabía.
Dios Yoochun no tendría el corazón para
decírselo. Fallaría esa audición. Y…
“Ahora sí que estoy sorprendido, Kim,” Yoochun
le habló entonces, “no había leído un trabajo tan bien hecho desde la última
canción que escribí para…” se quedó callado un momento para luego sacar su iPod
del bolsillo de sus pantalones, “pues bien creo que acabo de tener una
revelación justo ahora.”
“¿Ah sí?”
“Ajá,” sus dedos empezaron a tocar una melodía
en piano, y así ambos pasaron las siguientes tres tardes ahí encerrados.
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La verdad es que Changmin no había tenido la
mínima intención de acercarse a ella.
Y por tanto ninguno de ambos había tenido
contacto alguno hasta la tercera clase, y esa situación se había dado tan solo
porque él había tardado en su otra clase y había tenido que sentarse en el
único asiento vacío que, por razones que solo la perra del karma podría saber, había
terminado siendo justamente al lado de ella.
Ninguno de ellos se había dado cuenta realmente hasta que ella le pidió
tajador…
Y bueno, en general, Changmin supo que estaba
jodido por el tamaño del ceño de la muchacha. Y temió que ella le sacara la
mierda a mitad de clase. Pero ella solo le había devuelto el tajador como si
estuviera cochino y vuelto la mirada al pizarrón.
La chica era bastante bonita. Y tenía un aura
cálida aun cuando obviamente le odiaba por lo que había hecho. Era exactamente
lo que él había siempre añorado. Y fue la gota que colmó el vaso. Changmin se
preguntó cómo demonios alguien así terminaría con Yoochun ¿Por qué Yoochun
siempre tenía lo mejor? ¿Qué tenía de bueno ese pendejo que él no tuviera? ¡Él
era mucho más guapo! Más alto, apostaba que mejores calificaciones, sus padres
tenían dinero, enfermaba una vez cada dos o tres años ¡tenía buenos genes por el
amor de Dios!
Y del puro enojo reunió caraduría suficiente
para acercarse a ella al finalizar la clase. Y no, no había querido hacer nada
malo. O pretenderla de las puras ganas de venganza si quiera.
Porque: Uno, la flaca seguía tan obvia e
irrevocablemente enamorada de Yoochun que Changmin no comprendía como podía
seguir respirando ¿Qué cómo lo sabía? Ah. Porque ser un sorry ass te brindaba
la asombrosa habilidad de reconocer a otros con tus mismos pesares.
Dos, en el arte del filtreo era un pavo.
Tres, ella muy obviamente le había cruzado la
cara de una cachetada porque ella al contrario de Sena, era una chica bien. Y a
pesar del daño que habían infligido en ella, quería a ese vomitivo par de
tortolitos.
Cuatro, porque necesitaba de alguien que le
entendiera o iba a volverse un alcohólico, necesitaba de alguien o tendría que
empezar en invertir en maquillaje para que esas bolsas debajo de sus ojos
dejaran de lucir como los de Klin el maldito mapache de la no tan virgen de
Candy.
Y también porque muy dentro de él había querido
entender porque alguien se fijaría en el pendejo de Yoochun. Porque quizás
–Changmin había pensado – entendiéndolo sería capaz de convencer a su cerebro y
a su jodido corazón, por más cursi que aquello sonase, que Jaejoong estaba tan
bien con él como lucía. Y él así tendría una razón menos para seguir
desvelándose cada noche con un celular al que nunca le llegaba el mensaje de
texto que esperaba.
Ella le había mirado culpable segundos después de
que su palma hubiera tornado el costado del
rostro de Changmin de ese color tan rojizo, aunque ambos supieran que se
lo merecía. Y había tenido que luchar con las disculpas que querían abandonar
sus labios. Changmin solo había asentido. Y vuelto por el lugar en el que vino,
al menos por ese día.
Claro que acercarse a ella no había sido
sencillo como podrán suponer, sobre todo por ese Jung Yunho que la revoloteaba
siempre. Es más no había sido hasta que el susodicho hubiera intentado besarla
forzosamente que había tenido oportunidad de hacer que la muchacha lo mirara
con algo más que no fuera repugnancia. Tomaban el mismo camino a casa, aunque
ninguno de ambos lo supiera hasta entonces. Por su diferencia de horarios. Y
porque ninguno de ellos era muy observador al parecer. Changmin solo volvía a
casa arrastrando las piernas como cada noche y le había escuchado gritar.
Lo demás había sucedido rápido. Él hincando sus
nudillos en el pómulo del muy hijo de puta y Heebin a su vez pegándole una
buena patada en las pelotas. Una que Changmin pensó quizás también hubiera
querido ser dirigida hacia otra persona. Y agradeció que no la hubiera usado
con él cuando la había saludado por primera vez.
Changmin ni siquiera se sorprendió, si Jaejoong
le había enseñado algo era que uno no debía fiarse de las apariencias.
Y ahí iba su cerebro de nuevo Jaejoong,
Jaejoong, Jaejoong.
Bueno, desde ese día habían empezado a caminar
de camino a casa juntos.
Ella no hablaba mucho al comienzo, y seguía aun
medianamente enojada con él. Pero entre esas tres semanas con esa nueva rutina,
ella había notado que el porqué de sus ojeras era el mismo que el de ella, así
que se lo había preguntado sin rodeos, él había sido honesto en su respuesta.
Ella por primera vez le había sonreído.
Changmin le había contado la historia desde un
comienzo. Sin guardarse nada. Autoanalizando por fin el curso de sus acciones,
de sus reacciones. Y ella igualmente lo había sido con respecto a Yoochun.
Y él había terminado incluso más confundido,
pues si había una historia a llevar a la pantalla chica, era indudablemente la
de esos dos. Changmin sentía esto por haberse dado cuenta de que había perdido
algo que había podido tener. Ella había perdido algo que había tenido, a manos
de una persona a la que consideraba amigo y a quien ni siquiera podía odiar
para disipar su despecho.
“¿Sabes qué? creo que el idiota de Park aquí está
más confundido que tú, Jaejoong y yo juntos, y eso ya es algo.”
Y ambos habían reído. Porque no había una verdad
más absoluta que esa.
“¿Sabes que es lo que yo creo? Que Jaejoong está
tan colado por ti que no solo lo sabe, sino que está en negación.”
Y ahí entre esas calles en plena noche, bajo
las estrellas, la idea más imposible les había golpeado a ambos con la misma
fuerza. Ella había tenido la suficiente prudencia para negar con la cabeza su
estupidez, claro. Changmin sin embargo la había dicho porque ¡demonios! ¿Qué tenía
que perder?
Ella le había mirado como si estuviera loco.
“¿Es que no has aprendido nada con todo esto?”
le había preguntado con sarcasmo, afianzándose a su bolso para rechazar los
impulsos que el poder recuperar a Yoochun le producían.
“Esto será un acuerdo mutuo, y no estamos
dañando a terceros ¿no?”
“Supongo que no,” ella había dicho.
“Además quién sabe y quizás tú y yo,” le
bromeó.
“Lo siento pero me gustan con rulos.”
“Existen las tenazas.”
Ella se había carcajeado un poco, afianzándose
a su bolso, aún insegura.
“Y si no funciona siempre podemos fundar un
nuevo club de alcohólicos anónimos.”
“Soy una pésima actriz.”
“No tenemos que hacer nada que no queramos, si
algo he aprendido es que nuestro cuerpo estudiantil tiene la habilidad de
exagerar hasta un buenos días.”
“Lo pensaré.”
“Si te lo piensas hasta antes de que terminemos
la carrera sería genial,” ella le había golpeado el hombro.
“¿Crees que podrás fingir ser mi novio y no
enamorarte de mí? Tiendo a ser muy adorable.”
“Lo sé.”
“¿Entonces qué? ¿Tengo que darte la mano y
llamarte “terroncito de azúcar”?”
“No estaría mal,” Shim se rió.
“Hemos alcanzado el fondo, a la chuta, estoy
emborrachándome hoy, así que no esperes ver una belleza mañana.”
“Cariño tu belleza no es algo que una resaca
pueda opacar.”
Sus pasos llegaron al punto en que debían separarse.
“¿En serio estamos haciendo esto?” ella se
había volteado para preguntarle cuando había avanzado ya dos pasos hacia la
dirección contraria.
“Eso parece.”
“Serán dos de Jagger hoy. Dos.”
Changmin se despidió con la mano y volteó para
seguir el camino hacia su casa.