Una noche de verano [1/?]
Jaejoong llega a tu vida una noche de verano.
De esas en las que no puedes encontrar el lado fresco de tu almohada, tu colchón o tus sábanas.
De esas en las que te quedas mirando por tanto tiempo tu techo entre la somnolencia y la vigilia que no sabes si ya te has quedado dormido o no.
En las que tu mente divaga entre todas las banalidades de su día a día y ni siquiera tú, el dueño de las mismas, puedes seguirle el ritmo.
Llevas intentando dormir hace un buen rato sin éxito, claro está.
Y por la pequeña paranoia del que eres participe al estar en tu habitación a oscuras y haber consumido una basta cantidad de películas de terror, calculas que deben ser aproximadamente las tres de la madrugada.
Si fuera un día cualquiera probablemente saldrías a tu balcón a respirar un rato. Mirar la pista vacía o las casas blancas de tu vecindario.
Pero no lo es, no es un día común, y todavía eres inconsciente de que el porqué te aguarda cuadras abajo.
Pero no lo es, no es un día común, y todavía eres inconsciente de que el porqué te aguarda cuadras abajo.
Así que te incorporas, estiras los brazos por encima de tu cabeza mientras liberas un bostezo y cuando los devuelves a su posición original, te das cuenta de pronto que estás demasiado despierto.
Tus zapatillas te miran desde el piso de tu habitación y después de mandarte a ti mismo a la mierda por la estupidez que vas a hacer a continuación caminas rendido hacia ellas y te las calzas. Tienes tan solo unos shorts puestos pues hace un calor de mierda. Así que tan solo coges la primera remera que ves a tu alcance, la cual termina siendo una musculera en realidad, y te lanzas calle abajo.
Tus zapatillas te miran desde el piso de tu habitación y después de mandarte a ti mismo a la mierda por la estupidez que vas a hacer a continuación caminas rendido hacia ellas y te las calzas. Tienes tan solo unos shorts puestos pues hace un calor de mierda. Así que tan solo coges la primera remera que ves a tu alcance, la cual termina siendo una musculera en realidad, y te lanzas calle abajo.
La brisa de la noche se siente bien en tus piernas desnudas y tu rostro.
No te has llevado el ipod ni el móvil. Quieres silencio. Un minuto sin realidad.
No puedes recordar cuando ha sido la última vez que hiciste algo parecido, pero definitivamente vas a tener que repetirlo más seguido.
Tus pasos no son rápidos. Tus pies trotan o simplemente caminan en línea recta por esas aceras que te llevan a ningún lugar en específico.
Los minutos pasan y pasan, haz recorrido un largo trecho ya pero no te sientes fatigado en lo más mínimo. Tus pulmones parecen disfrutar de este abrupto en tu día a día tanto como tú. Así que cierras tus ojos en un intento por sacarle más provecho. Lo cual es una pésima idea, para ser sinceros. Pero estás demasiado metido en tu momento hippie como para darle bolilla a tu sentido común.
Después de todo son pocos los ruidos capaces de erizarte los vellos, indefenso como vas a ojos cerrados.
Sobre todo los autos, aunque solo sean unos cuantos los que oyes pasar dado que es un día de semana, muy entrada la madrugada y porque, seamos sinceros, solo un rarito como tú preferiría hacer lo que haces en vez de estar descansando en tu cama.
Aunque la verdad sea dicha disfrutas del pequeño rush de adrenalina que te asalta cuando las luces delanteras iluminan tu cuerpo sudoroso y las llantas rechinan sobre las pistas.
Tus pasos continúan así por otras 5 cuadras más, 6, 7 o quién sabe, ya has perdido la cuenta.
Y quizás fuera eso. Quizás en el contrato de adulto, se te puede ofrecer tan solo un tiempo limitado de paz y armonía con el mundo. Y ya acabaste los tuyos. Así que tal cual esa parte pesimista tuya teme, sucede lo que tiene que suceder pues nadie puede desafiar a la madre naturaleza, al menos no sin salir ileso.
“¡eh! ¡Eh! ¡Cuidado!” alguien grita.
Tu ceño se frunce. No estás dispuesto a hacerle caso a aquella vocecilla que amenaza con interrumpir tus segundos de paz, cuando de un momento a otro tu cuerpo entero colisiona con un objeto muy duro y por reflejo te manda al piso.
“Auch,” alguien dice por ti cuando tu trasero va a parar al piso.
¿Pero qué demonios? – piensas.
Sientes algo cálido descender por tus fosas nasales. Te toma unos segundos poder enfocar los objetos propiamente, en específico un poste a la mitad de la jodida acera que solo buda sabe que mierda hace ahí y cuando lo haces, el dolor te asalta de golpe.
Oyes a alguien cruzar la acera mientras te pregunta, “¡Eh! Tío ¿estás bien?”
“No,” respondes en un gruñido adolorido antes de llevarte una mano a la nariz y corroborar que efectivamente acabas de romperte el tabique.
Tiras la cabeza atrás aún quejándote, debes detener la hemorragia con algo.
Te miras las manos inútilmente.
Es entonces cuando unos ojos negros se arrodillan a tu costado con algo de preocupación. Sin embargo una vez que su dueño corrobora que estás en tus cinco. Se larga a reír.
“No le hayo la gracia,” le gruñes.
Él no se disculpa. Pero al menos intenta limitar sus carcajadas a risitas. Lo sientes rebuscar algo entre sus bolsillos y mascullar una maldición al no encontrarlo.
“Tenemos que detener el sangrado con algo,” te dice examinándote la nariz por encima de tu mano, sin tocarte pero invadiendo tu espacio personal de todos modos, “uy se ve mal,” te informa.
“Ah mira tú, no tenia idea” siseas.
Tu voz se oye irónicamente nasal y lo odias.
"Pero tío no te la cojas conmigo que no ha sido culpa mía que te vayas de narices...literal"
El muchacho sin nombre ahoga otra risita.
Le meterías un empujón de no ser porque el dolor te hace sentir mareado.
“Ok, mm...¡oh ya sé! Usemos tu remera,” te dice.
Su bizarra elección de palabras amerita finalmente a que te dignes a darle una propia mirada.
Celebridad. Es la primera palabra que viene a tu mente, si no hubieses escuchado su voz habrías podido jurar que era una chica, por la piel tan cuidada y blanca que tiene. GENIAL, ahora aparte de sentirte incómodo no sabes si sentirte disgustado también.
El tipo lleva delineador en los ojos y base en el rostro...ninguna persona común podría tener una piel tan tersa o vestir como modelo de pasarela y ¿acaso tenía las pestañas rizadas? Sí, definitivamente las llevaba rizadas.
“Tu remera,” te insiste, “necesitamos hacerte un tapón o te mancharás todo la cara.”
“¿Pretendes que llegue semi desnudo al hospital?” le preguntas tú con desconfianza, dándole una obvia mirada a la bufanda que lleva alrededor del cuello para acusatoriamente decirle, “¿con eso no sería más sencillo?”
Su siguiente comentario es algo que no esperas.
“¿Pretendes que te de mi Louis Vuitton para eso?” te pregunta escandalizado/ horrorizado, poniendo una mano en su bufanda defensivamente, y es cuando notas la manicura en sus manos.
“¿Una qué? espera no-no me digas solo déjame morir aquí, gracias por tu ayuda,” haces el ademán de ponerte en pie pero él te detiene.
“¡Oh vamos! Intenté avisarte que el poste venía ¿o no? Venga tío no actúes como si te quedara dignidad,” te dice, pero hay un ligero tono de culpabilidad y alguito de fastidio en su voz.
Probablemente sea una buena persona.
Pero eso no significa que su última aseveración no te irrite. Así que le sacas el dedo medio y le mascullas un vete a la mierda.
Él vuelve a reír, “bastará con que mantengas la cabeza atrás,” te dice o más bien intenta convencerse así mismo. Tú no respondes. Limpias como puedes tu mano ensangrentada con tu propia remera.
Él palidece al verte. Se muerde los labios mientras decide si quedarse o irse. Quizás tiene un compromiso, piensas, lo que explicaría todo el arreglo... aunque bueno de celebridades no sabes.
Al final el chico solo suspira una maldición y se pone en pie.
“Llamaré un taxi,” te dice intentando darte consuelo mientras saca su móvil de sus bolsillos.
Tú solo gruñes tu acuerdo. Él deja de teclear.
"¿Duele mucho?" Te pregunta.
Tú volteas el rostro. Probablemente le alzas una ceja mientras te desangras a tus anchas a mitad de la calle. Porque ¿en serio?
“¡Argh!” le observas quitarse la bufanda a tirones, hacerla un bollo y luego tirarla dramáticamente al aire en tu dirección para finalmenre aterrizar sobre tus piernas.
Tú le miras sin entender, “ah no, no pienso pagarte esa cosa.”
“No te estoy pidiendo que me la pagues, solo póntela en la nariz ¿quieres?” te gruñe a su vez, “voy a llamar el puto taxi.”
Se aleja de ti unos pasos. Tú te llevas la bufanda a la nariz como se te ha instruido y...sientes como si la esencia del muchacho inhibiera tu dolor de algún modo.
“Cheongdam-dong, calle 53, estoy cerca de Macy, sí, sí puedo encontrarlo ahí, Kim Jaejoong,” le oyes decir al que seguramente sea alguien de la central pidiéndole la dirección de donde se encuentran y esperen ¿Cheongdam-dong?
Tus ojos vuelan hacia el niño bonito, un diamante brilla colgado de su oído como terminando de unir el rompecabezas de tu cabeza, pues al fin todo tiene sentido. Tienes frente a ti a un niñito de papi lo cual explica la ropa cara, el corte y cada cosa de él que grita costoso a la mirada.
El tal Jaejoong termina de hablar por el teléfono y voltea hacia ti.
“Venga,” te insta estirándote una mano para ayudarte a levantarte.
Tú dudas. Su piel tan cuidada no te inspira confianza.
“Venga, tenemos que ir hasta Macy está a una cuadra de aquí nos van a recoger allá,” te vuelve a estirar la mano para ayudarte.
Y aunque no te guste tienes que aceptarla al menos si no quieres quitarte la mano de la zona afectada.
Así que te ves obligado a aceptar su ayuda y estiras el brazo, y ya ni te sorprende saber que el chico tiene piel de algodón.
“¿Puedes caminar?” te pregunta.
“Me he roto la nariz, no las piernas,” le dices.
“No me refiero a eso idiota, me refiero a porque debes mantener la cabeza hacia atrás y todo...”
Y ahí si que tiene un punto, pues mantenerla en esa posición no ayuda mucho a tu sentido de orientación, pero eso no es algo que vayas a admitir.
“Puedo caminar,” le interrumpes tozudamente.
“Genial,” te responde él.
Él camina delante de ti pero a una distancia prudente por si necesitas de ayuda. El dolor ha cesado un poco pero igual es considerable. Les toma un par de minutos caminar hacia el dichoso restaurante.
“Estará aquí en un segundo,” te informa chequeando el mapa en su móvil, tu vuelves la cabeza hacia delante, la nariz sigue sangrándote la vuelves a tirar atrás, “por cierto ¿te llamas...?” te pregunta.
“Se supone que debo darle datos personales a una persona que acabo de conocer...”
“Sólo si tienes modales...después de todo intento ayudarte aquí” una pequeña arruga se dibuja en su frente.
“No intentes hablarme de modales cuando te has reido sin censura de mi desgracia, pero que puedo esperar de un chiquillito,” sueltas insolente porque no permitirás que un menor intente darte lecciones de nada.
“¿Qué dices? ¿yo? ¿chiquillito?” el tono en su voz denota indignación, “tengo 27,” casi te quiebras el tabique de nuevo al escucharlo.
Las luces del taxi los iluminan a ambos.
“Y para tu información, me mantengo a mí mismo,” te informa mientras hace un seña para informarle al conductor que se encuentran ahí.
Subes al taxi algo avergonzado, él no te sigue. Cierra la puerta tras de ti y te toca la ventanilla, el conductor la desliza cuando te ve sentado, inmóvil e inútil.
Sus ojos negros lucen verdaderamente enojados e incluso más grandes.
“Aquí tienes,” te sisea ofreciéndote una tarjeta, “mi dirección, mi nombre y un pase para que te dejen entrar a la residencial, quiero mi bufanda de vuelta ¿vale? y de preferencia sin tu ADN.”
Se separa del taxi y golpea la parte de atrás con su palma para que este comience la marcha.
Tú sigues algo lelo por aproximadamente tres cuadras hasta que recuerdas que no tienes tu billetera...