Deseo concedido
Ok, lloré escribiendo esto. Así
que no sé. Between life and death: capítulo 4.
¿A cuánto late un corazón por
minuto? Sé que lo he leído antes ya, en algún sitio. En algún programa de salud
por la tele, seguro alguna tarde de esas que pasé a tu lado haciendo zapping
entre programas que no llamaban mi atención, no sé si la tuya, pero dado que yo
tenía el mando tenías que tragártelas nomás.
¿A cuánto late un corazón por
minuto, Jaejoong, lo recuerdas? Porque yo la verdad cuando doy vuelta atrás, como
ahora, en la mayoría de mis recuerdos contigo, todo cuanto puedo ver son tus
ojos negros.
Sé que muchas de nuestras
fanáticas catalogan a Yoochun como el mejor actor de todos y sé los porque, he
visto sus doramas, pero la verdad es que no conocen la versatilidad de
emociones que tan solo con los ojos eres capaz de mostrar.
Y no, no te hablo solo como el
idiota enamorado. Te hablo como el dongsaeng envidioso que creaste en mí desde
que te robaste la admiración de absolutamente todos. Esta envidia mía que en su
punto máximo me llevó a enamorarme de ti.
Si quizás tan solo hubieras
sido un tipo común, Jaejoong, si tan solo hubieras sido un libro abierto como
los otros tres. Quizás estas ganas de descubrir tus defectos no me hubieran
llevado a vigilarte las 24/7. Pero ¿a quién voy a mentirle, no? ¿Es que acaso
este mundo concebiría a un Kim Jaejoong como el chico que reparte el periódico
por las mañanas?
Mi padre me dijo alguna vez
que hay personas que nacen para ser grandes. Y si no estaba hablando de ti
entonces no sé de quién mierda lo hacía.
Te he envidiado siempre por
eso. Por tu facilidad de convencer a la gente de que ese era tu lugar, que
siempre lo había sido. Por tu facilidad para soltar un te quiero y entrar a
empujones en los corazones de todos. Recuerdo que empecé a notar que algo
extraño sucedía por cómo me hervía la sangre cuando te oía dirigírselo a
cualquiera de esos muchos y muchas que siempre te estaban rodeando.
Recuerdo que fui lo suficiente
inocente para creer que un beso tuyo no era nada. Que un abrazo tuyo era solo
un abrazo. Lo suficientemente hijo de puta para creer que esas dos palabras tuyas
eran no más una muletilla y no una confesión cada vez que hacíamos el amor. Y
me equivoqué.
Ahora que tengo tanto tiempo
para repasar cada segundo a tu lado, puedo verlo. La diferencia del matiz de
tus ojos cuando me mirabas, y cuando mirabas a algún otro ¿Cómo no he podido
saberlo antes? ¿Me dices? Cuando lo único que hecho desde siempre es mirarte,
de algún u otro modo, desde el día uno, desde los mechones de cabello negro e impecablemente
lacio cubrían casi a totalidad tus pequeños ojos desmaquillados, desde ese
cabello virgen que aún no sabía de productos químicos para añadir volumen.
Dios Jaejoong, me muero de la
pena. De saberme tan monumentalmente estúpido. De saber que lloras por un
estúpido.
Mierda, la verdad es que quizás
la única razón por la que recuerdo la existencia de aquel documental, del de
los latidos, es porque llegó a mí a través de mis oídos. Dado que como te dije,
todo cuanto mis ojos pueden recordar son tus cabellos al viento, las bufandas
alrededor de tu cuello, tus manos, la forma de tus uñas, tu nariz, tus pómulos.
Lo que sea, con tal que sea tuyo. La verdad es que yo no puedo lograr recordar
la cifra exacta, lo que sí puedo decirte es que al menos el tuyo, basándome en
todo este tiempo encerrados aquí, atrapados en dimensiones diferentes, yo sin
poder apartarte y tú sin poder largarte, después de todo este tiempo solo
escuchando el ritmo de tus latidos sé que tu frecuencia cardiaca varía de los
78 a 75.
Casi 85 cuando te recuestas a
llorar sobre mi brazo inerte y yo no puedo más que salir a deambular a algún
lugar otro de este hospital en el que no pueda oír los jadeos de tu garganta.
Porque ha pasado un mes ya, y esto ha superado los estándares para seguir
llamándose tortura. Esto ya no tiene nombre, y necesito que pare. Lo que sea
que sea. Que pare ya.
Pensé que con el
descubrimiento de los culpables todo se menguaría un poco pero no. Te has
ausentado aquí dos días y no he podido seguirte fuera porque no puedo abandonar
el hospital. Todo cuanto sé es lo que aparece en la pantalla del televisor de
la señora de la habitación 215, que parece haberle agarrado bastante interés a
mi caso.
Ellas, las dos responsables,
han obviamente perdido el juicio. Toda la plata que hemos hecho en todos estos
años ha servido para compensar la falta de evidencias que en cualquier otro
caso las hubiera dejado libres...
Pero tu agonía no ha parado y
te entiendo Jaejoong, quizás yo estaría peor si la situación fuera al revés.
Pero dios, es demasiado difícil seguir así. He intentado tocarte tantas veces
ya sumido en la desesperación de hacer que dejes de llorar. He intentado mover
cosas como en las películas que hemos visto. Pero nada parece tener resultado.
No puedo comunicarme contigo. No sirve de nada gritarte al oído, ni a ti, ni a
mi cuerpo, ni a ellos.
¿Quiénes ellos? Esas otras
almas en pena que están tan acostumbradas al aislamiento social, que han perdido
el juicio. Y no quiero que me pase eso. La sombra blanca me ha dicho que sigo
su camino no volveré. Pero no puedo hacerlo cuando estás durmiendo, te conozco
lo suficiente para saber que ese sería un golpe del que no te repondrías.
Me ha dicho que si no le sigo
entonces me quedaré así, hasta que pierda mi lucidez de a pocos y me vuelva un
alma en pena más. Y es difícil decirte chau. Te he escuchado gritarme que no
vas a perdonármelo. Pero, los latidos de mi corazón son los que te impiden
seguir. Jaejoong, si no te dejo yo, tú tampoco serás capaz de dejarme. Entiende
que hago esto por ti ¿vale?
Ojalá pudiera al menos poder
abrazarte una vez más. A ti, a ellos. A mi madre, admitirle que todos estos
años anduve deprimido, y no porque eras solo mi amigo.
Quisiera que sepa que si
alguien puede comprender el amor que siente por mí, ese eres tú.
Quiero muchas cosas ahora que
esta sombra ha entrado en mi habitación de nuevo y tú acabas de afeitar la
barba de tres días de mi cuerpo inerte. Jaejoong, solo quiero que por favor no
sufras mucho. Que si se me puede conceder un último deseo ese sea que ustedes
cuatro vuelvan a estar juntos.
Quiero que todo sea como la
primera noche en nuestro depa compartido. Con las almas puras. Y un pacto común
de manos para llegar muy lejos.
Quiero que se abracen y
sientan que sí, nunca van a dejar de estar ahí para el otro.
Quiero que sepas que soy
picón, y que si no te he conseguido en esta vida. Por la puta mare que lo haré
en otra.
Que te querré por siempre aún
después de la muerte, y que si hay una vida después de cruzar ese límite te
estaré guardando un espacio.
“Estoy listo ahora.”
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El golpe es fuerte. Es como el
efecto latigazo del que hablan los que han sufrido severos accidentes de
tráfico, en un momento es nada y en el otro frío. No puedo respirar ¿estoy
muriendo? Mi respiración es tan débil que ni siquiera la cámara que debo tener
sobre la nariz ayuda.
Todo suena ralentizado. Se me
escapan las lágrimas porque escucho tu voz.
“¡Está despierto! ¡Alguien!”
Intento enfocar mi vista pero
los ojos los puedo abrir apenas, te siento romper a llorar y quiero pararme
como sea y abrazarte antes de irme ¿Por qué voy a irme no?
La alarma de la habitación
empieza a sonar y puedo verlo. Mientras escucho los lloriqueos de mis otros
tres muchachos entrando en la sala en conjunto con las enfermeras que intentan
sacarlos de ahí, puedo ver aquella inmensa luz blanca desvaneciéndose en la
nada mientras me dice, “deseo concedido.”
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